EL PARTIDO DE LA MUERTE

Existe una extensa bibliografía acerca de lo que ocurrió en la lejana Kiev en el verano de 1942, pero lo que de verdad ha quedado para la posteridad es lo esencial de los hechos, que es la demostración de dignidad y orgullo de un grupo de futbolistas ucranianos, pertenecientes al Dinamo de Kiev, frente a la barbarie e inhumanidad del poder nazi, que ni bajo las peores amenazas pudo coartar la libertad y fortaleza de espíritu de aquellos hombres. En Kiev es un tema tabú, sus gentes nunca han querido publicitarlo demasiado, por miedo y represalias unos, y otros porque se consideró una historia falsa, una invención del poder “stalinista” para pisotear el recuerdo nazi, y de paso realzar la dignidad del pueblo soviético. A pesar de la controversia, y de las mil versiones, lo cierto es que todo aquello, por desgracia, ocurrió. Makar Goncharenko, uno de los jugadores del Dinamo de Kiev de la época, fue el último superviviente de aquel drama. En 1992 dio fe de ello, y contó los detalles de uno de los episodios más tristes de la relación que siempre ha mantenido el fútbol con la política.

Los hombres del F.C. Start con sus oponentes del Flakelf alemán, en "El partido de la muerte"

Las tropas de Hitler habían entrado en la Unión Soviética el 22 de Junio de 1941. El líder nazi, en su afán por conquistar el Mundo, había emprendido la más ambiciosa de sus batallas, que al final le haría perder la Guerra y su vida. La llamada “Operación Barbarroja” sorprendió al ejército soviético, que en apenas unos meses sufrió una masacre en sus tropas, y cedió un terreno vital en Bielorrusia y Ucrania. El 19 de Septiembre de 1941, el ejército alemán entró victorioso en Kiev. Parte de su población, contraria al régimen soviético, vio en un principio a los alemanes como salvadores de su angustiosa situación, pero desconocían los verdaderos planes de Hitler, y a medida que fueron sucediéndose las represiones y los fusilamientos, el pueblo ucraniano se posicionó como firme oponente a la invasión nazi. Más de treinta mil personas fueron ejecutadas en los dos últimos días de aquel mes de Septiembre, en la boscosa vaguada de Babi Yar, cinco kilómetros al noroeste de Kiev. Casi todos eran judíos.

El Dinamo de Kiev apenas tenía catorce años de vida. Fundado en 1927, había adquirido el nombre de “Dinamo” por ser el equipo representativo de los trabajadores del Ministerio del Interior. El Gobierno soviético, que patrocinaba el fútbol en la URSS, conocía la capacidad de este deporte para fines propagandísticos de todo tipo, sobre todo en materia política, y trató de evitar que los equipos de fútbol representasen a sus respectivas Repúblicas, para que no se produjesen “enfrentamientos” regionales, y dar una imagen de unidad soviética. Por ello, ideó un sistema de denominaciones mediante el cual los clubes representaban a toda la clase obrera, pero cada uno a un sector determinado. Así, se creó el Lokomotiv de Moscú, que era el equipo de los trabajadores del sector ferroviario. El Torpedo de Moscú representaba a los trabajadores del automóvil. El CSKA de Moscú era el equipo del ejército soviético, y sus jugadores estaban integrados en las unidades de Caballería. Otros clubes adoptaron nombres de personajes por un motivo u otro históricos. El Shakhtar Donetsk fue creado en 1936 bajo la denominación de Stakhanovets, como tributo a Aleksei Stakhanov, un obrero de la minería que dio nombre al movimiento obrero socialista conocido como “Estajanovismo”. Por su parte, el Spartak de Moscú evocó con su nombre al célebre esclavo traciano Espartaco.

Durante los años 30, el fútbol había adquirido una enorme popularidad en toda Europa, y la Unión Soviética no era la excepción. El Dinamo de Kiev era un buen equipo en aquella época, y contaba con futbolistas de calidad. Hacía pocos años que la Liga soviética se había puesto en marcha, y la entrada de los nazis en Julio de 1941 imposibilitó que se completase la temporada. Algunos jugadores del Dinamo fueron reclutados por el ejército soviético para la defensa del territorio ucraniano, y otros lograron refugiarse cuando los alemanes irrumpieron en la ciudad de Kiev, en Septiembre de 1941. Durante meses, los más duros de la ocupación, los futbolistas del Dinamo que habían escapado a la Guerra malvivieron como pudieron en su ciudad, cuidados por familiares y amigos, incluso hinchas de su equipo que en otro tiempo les idolatraban, y que ahora tenían que ofrecerles algo que llevarse a la boca para poder sobrevivir. Iosif Kordif, antiguo seguidor del Dinamo de Kiev, y dueño de una panadería requisada por los alemanes, se convertiría en triste protagonista del “Partido de la muerte”.

Nilolai Trusevich
Kordif, un checo residente en Kiev desde hacía unos años, y a quien su origen alemán le había otorgado ciertos privilegios, regentaba una panadería que daba trabajo a trescientas personas, y que había sido intervenida como parte de la ocupación. Cuentan que un día Kordif, caminando por las calles de Kiev, se dio de frente con un hombre cadavérico, muerto de hambre y necesidad, vestido con harapos mugrientos, al que reconoció no sin cierta dificultad. Era Nikolai Trusevich, el, en tiempos mejores, grandullón y fortachón portero del Dinamo de Kiev. Tal fue la impresión que le causó Trusevich al panadero que, sin pensarlo, le ofreció un puesto de trabajo en su negocio, al menos para que pudiese comer y estar refugiado, aunque posiblemente le ocultó sus verdaderas intenciones, que eran formar un equipo que representase a su panadería. Lo que en un principio pareció un acto de humanidad de un hincha agradecido con las pretéritas gestas de su ídolo, se convertiría con el paso de los meses en un camino sin retorno para el prematuramente envejecido guardameta ucraniano.

El idólatra Kordif tenía a uno de sus cromos trabajando en su panadería, pero quería, si era posible, juntar al resto de jugadores del Dinamo. Imaginó que, si Trusevich, que era uno de los jugadores mejor posicionados antes de la llegada nazi, estaba en semejantes condiciones, el resto de sus compañeros debía de estar en otras similares, si no peores. Así es que, después de las indagaciones, convenció a Trusevich para que buscase al resto de futbolistas del Dinamo, que seguían escondidos en Kiev, sin trabajo y sin nada con lo que evitar morir de inanición, y les ofreciese un trabajo en la panadería, en las mismas condiciones en las que él estaba. Makar Goncharenko, gran amigo de Trusevich, fue el primer jugador con el que contactó, y en pocos días llegó a su nuevo trabajo. Días después, los futbolistas Georgy Timofeyev, Ivan Kuzmenko, Pavel Komarov, Alexei Klimenko, Nikolai Korotkykh, Vasily Sukharev, Feodor Tyutchev, Mikhail Putisin y Milkhail Melnik también aceptaron la propuesta. Eran ocho jugadores del Dinamo de Kiev, y tres del Lokomotiv de Kiev. El panadero ya tenía su equipo completo.

Durante semanas, el improvisado equipo entrenó en el patio trasero de la panadería. Las famélicas constituciones de los jugadores no habían mejorado demasiado a base de pan y agua, pero al menos sí les permitía ya ejercitarse de una manera adecuada. Mientras, el ejército nazi seguía ocupando Kiev, y en un intento de “normalizar” la vida en la ciudad, decidió programar una serie de partidos de fútbol, a modo de torneo, en el que participarían guarniciones rumanas y húngaras, trabajadores del ferrocarril y un equipo que representaba a los colaboracionistas locales, ucranianos que se habían puesto del lado alemán. Kordif no dejó pasar la oportunidad que había esperado desde el día que encontró en las calles de Kiev a Nikolai Trusevich, y ofreció a los nazis la participación del equipo de su panadería en esos partidos. Considerando que la inclusión del equipo que representase a la población ucraniana contraria a la invasión podría servir como acercamiento al pueblo soviético, los mandos nazis autorizaron la participación del equipo de la panadería, si bien pusieron como condición que se abstuviesen de mantener ninguna de las antiguas denominaciones con tintes soviéticos, como Dinamo o Lokomotiv, ya que esos nombres podían crear en la población civil ucraniana un efecto contrario al deseado. Descartados los nombres de origen, se decidió denominar al equipo con el nombre de F.C. Start. Sí que se les permitió utilizar un uniforme compuesto por camiseta roja y pantalón blanco, los colores de la selección de fútbol de la URSS, quizás porque coincidían también con los colores del emblema nazi.

El primer partido que jugó el F.C. Start fue contra una guarnición de soldados húngaros que servían a la causa nazi en Kiev. En un estadio repleto de ucranianos deseosos de ver ganar a sus compatriotas el partido y el orgullo, el equipo de la panadería derrotó a los magiares por 6-2. Un par de semanas después, el rival sería de nuevo un combinado de soldados, esta vez rumanos, que también hacían trabajo de vigilancia para los nazis. De nuevo el F.C. Start pasó por encima de su rival, en esta ocasión con un aplastante 11-0. El resultado sirvió como estímulo para la decaída población ucraniana, que empezó a ver a sus once héroes como el mejor exponente de la resistencia soviética a la barbarie nazi. Por el contrario, los mandos alemanes comenzaban a considerar que habían subestimado terriblemente a los desnutridos y mal vestidos futbolistas de Kiev, y que si seguían ganando partidos y aumentando la moral de la población civil sería necesario optar por medidas más drásticas.

El 12 de Julio de 1942 se programó el tercero de los partidos, contra el equipo de los colaboracionistas ucranianos. Como en toda invasión bélica, siempre existe un grupo de habitantes, mayor o menor, que por unos intereses u otros, o en ocasiones por temor a ser ejecutados o hechos prisioneros, se unen al bando agresor, y pelean en la contienda contra sus propios compatriotas. Son los llamados colaboracionistas. Uno de ellos era Georgi Shvetsov, ex futbolista, a quien los nazis pusieron al cargo de aquel torneo. Shvetsov fue el encargado, además, de reclutar un grupo de jugadores, trabajadores del ferrocarril militar, que representaría a los colaboracionistas ucranianos. Quizás por ello, los jugadores del F.C. Start tenían especiales ganas de derrotar a su rival en este partido, el Rukh. Las gradas del estadio estaban más divididas que nunca, con la población civil a favor del F.C. Start por un lado, y la población colaboracionista, reforzada con la presencia de soldados nazis, por otro. El estímulo de derrotar a los traidores fue suficiente para que el Start barriese a su oponente con un rotundo 9-1 que colmó de alegría de nuevo a la parte “resistente” de la grada. Aquello se les empezaba a escapar de las manos a los nazis, que veían como un partido tras otro los futbolistas del F.C. Start masacraban a sus rivales, dejándoles en evidencia.
El cuarto partido iba a jugarse contra el PGS, un equipo compuesto por soldados alemanes. Los nazis creyeron que la raza aria, superior según ellos a todas las demás, se impondría a aquellos famélicos jugadores que, conforme pasaban las semanas, perdían cada vez con más facilidad la escasa masa muscular que aún conservaban. Aun así, y para evitar dolorosos imprevistos, uno de los mandos nazi entró al vestuario del equipo ucraniano antes del partido, e invitó a los jugadores del Start a que no hiciesen demasiados esfuerzos por intentar ganar el partido, “si quieren seguir vivos”. Estos, impasibles, esperaron a que saliese del vestuario sin decir ni palabra, lo que aún dejó al nazi más preocupado que antes de su visita. Por primera vez, los jugadores habían sido amenazados por los alemanes, y esto debió de hacerles pensar que los futbolistas del ejército nazi no tendrían que estar muy convencidos de sus capacidades, si habían necesitado de la fuerza de la intimidación para salir al terreno de juego. Los jugadores ucranianos no dieron opción a su oponente, al que despacharon con un contundente 6-0. Al término del partido, el mando nazi volvió a entrar en el vestuario del Start, para decir a sus inquilinos que “esto no terminará bien para ustedes”.

Los nazis, fuera de sí, no sabían qué hacer ya para terminar con la insolencia de los ucranianos. Sopesaron seriamente la posibilidad de ejecutar a los jugadores, pero antes debían humillarles en el terreno de juego, para que sus victorias no fuesen imperecederas en el tiempo. La paradoja era que, mientras continuasen ganando, seguirían viviendo. Una derrota les haría perder el honor, y su vida.

Cartel del partido F.C. Start - Flakelf
Para el quinto partido, el rival del Start sería el MSG de Hungría, un equipo profesional, que los nazis harían llegar a Kiev con el único propósito de derrotar al victorioso equipo ucraniano que amenazaba ya con convertirse en ariete de una revuelta popular contra los invasores. Los húngaros fueron un rival más digno para el F.C. Start, pero igualmente, como el resto de los equipos que habían desfilado antes, fueron derrotados, esta vez por 5-1. Fue el 19 de Julio de 1942, y los mandos nazis decidieron que aquello ya era suficiente. Concretaron la revancha para dos días después, y dieron a los ucranianos órdenes expresas de perder el partido, pues si no era así se enfrentarían inmediatamente después a un pelotón de fusilamiento. Para entonces, los futbolistas del Start se habían empapado hasta los huesos del increíble clima de euforia que vivía la ciudad con sus victorias. Las amenazas nazis no eran comparables al cariño y el reconocimiento de sus compatriotas, y no estaban dispuestos a traicionar a su pueblo. Si los húngaros querían derrotarles, tendrían que ser mejores sobre el campo. El partido de revancha terminó con 3-2 favorable al F.C. Start, y sus jugadores se prepararon para el fatal desenlace prometido por los nazis. Sin embargo, la amenaza no fue cumplida. Los alemanes seguían convencidos de que fusilar a los futbolistas después de su impecable racha de victorias no haría sino acrecentar la leyenda del pueblo soviético.

El partido definitivo, el que pasó a la eternidad como el “Partido de la muerte”, tuvo lugar el 9 de Agosto de 1942. Para la ocasión, los nazis hicieron llegar a Kiev al poderoso equipo de su ejército, el Flakef, que desembarcó en la ciudad ucraniana expresamente para jugar el partido, a bordo de un avión de la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana. Para entonces, los jugadores del Start eran una visión horrible de mirar, víctima de la inanición a la que estaban sometidos. Costaba creer que aquellos desharrapados futbolistas hubiesen llegado a mantener durante más de un mes semejante acto de insolencia. Un mando nazi les había visitado en la panadería en la que seguían trabajando y entrenándose en su patio interior, con la amenaza definitiva. Esta vez no habría perdón si ganaban al Flakelf. El partido terminaría convirtiéndose en la mayor de las humillaciones que los nazis encajaron sobre un campo de fútbol.

Miles de soldados nazis ocupaban las gradas, en contraste con los escasos seguidores ucranianos a los que para esta ocasión se permitió la entrada al campo. Su misión esta vez consistía en insultar a los jugadores ucranianos desde el mismo momento en que pisasen el terreno de juego, y lanzarles todo tipo de objetos para intimidarles. El campo fue rodeado por decenas de soldados, armados con metralletas y perros de ataque. Y para completar el escenario intimidatorio jamás imaginado, el árbitro del partido sería un oficial de las SS, quien había ordenado a los jugadores ucranianos que saludasen a sus oponentes al estilo nazi, con el brazo derecho en alto y la palma de la mano extendida. Aquellos no obedecieron, y el desaire irritó sobremanera a los nazis, que abuchearon e insultaron a los futbolistas del Start hasta el borde de lo inhumano.

Tyutchev y Goncharenko, en 1989
Comenzó el duelo, y pronto se destaparon las intenciones de los alemanes, y del oficial que hacía las veces de juez de la contienda. Los jugadores del Flakelf cosieron a patadas a los ucranianos, ante la pasividad del improvisado árbitro, que miraba para otro lado cada vez que escuchaba los alaridos de dolor de los jugadores del Start. En uno de esos lances, el portero Trusevich resultó alcanzado por la patada de un jugador alemán, dejándolo aturdido sobre el suelo. El Flakelf aprovechó la ventaja para ponerse 1-0 en el marcador. Por fin los ucranianos parecían mostrar signos de debilidad, y la venganza podía consumarse al término del partido. Pero ya habían demostrado su dignidad y su fortaleza interior en muchas ocasiones, y en esta última no estaban dispuestos a sucumbir ante los alemanes.

Haciendo caso omiso de la existencia del árbitro, que seguía permitiendo la brutal violencia del equipo alemán, los ucranianos se fueron rehaciendo, y consiguieron empatar el partido. Al término del primer tiempo, el marcador reflejaba la ventaja por 2-1 del Start. En el segundo tiempo, el partido siguió muy igualado, gracias a las tretas de los alemanes, y a la permisibilidad del árbitro. Con dos goles más para cada equipo, el Start consiguió hacer el 5-3 a falta de media hora para el final del partido. Los mandos nazis rebullían en sus asientos, y no daban crédito a lo que estaban viendo. La humillación suprema llegó cuando Alexei Klimenko, después de regatear a varios contrarios, se plantó ante el portero alemán, al que también dribló. Con la portería vacía, esperando ya el sexto gol del Start, Klimenko se paró, dio media vuelta, y mandó el balón al medio campo, perdonando el tanto a su vilipendiado rival. Fue la última jugada, porque el árbitro, ante tamaño descaro del jugador soviético, decidió poner punto final al partido.

Monumento a los héroes
Los nazis, una vez más, no cumplieron sus amenazas de muerte sobre el terreno de juego, pero los jugadores del F.C. Start estaban ya sentenciados. Aún se les permitió jugar, unos días después, un último partido contra el Rukh, el equipo de los colaboracionistas ucranianos, al que de nuevo humillaron con un denigrante 8-0. Después de ese partido, los nazis fueron a la panadería con órdenes de arresto para los jugadores. El primero en morir sería Nikolai Korotkykh, a quien los nazis acusaron de pertenecer a la NKVD, un órgano gubernamental soviético. Murió en una de las terribles sesiones de tortura a las que fue sometido. El resto de jugadores fueron enviados a los campos de concentración de Syrets. Unos meses después de aquellos memorables partidos, en Febrero de 1943, tres jugadores fueron ejecutados por un pelotón de fusilamiento. Ivan Kuzmenko, Alexei Klimenko, y el portero Nikolai Trusevich, el hombre que fue el inicio de todo por su encuentro casual con Iosif Kordik en las calles de Kiev. Los demás, continuaron en los campos de concentración, hasta que el ejército rojo derrotó a los nazis y liberó a sus compatriotas.

Sin duda, una de las historias más impactantes del fútbol mundial, en la que los hombres del F.C. Start consiguieron derrotar a los nazis de la manera más pacífica que pueda imaginarse, sin armas y con una pelota sobre un campo de fútbol. Un monumento cerca del campo del Dinamo quedó como testigo indeleble de aquella gesta, que hoy en día, a pesar de las diferentes versiones y las contradicciones, sigue siendo un referente de la moral y la dignidad del pueblo ucraniano.